viernes, mayo 8

Libros antiguos de interés actual: Maestros del agua (Obras hidráulicas en el Renacimiento aragonés)

La libreria de Cazabaret www.cazarabet.com/lalibreria/fichas28/maestros.htm nos recuerda estos volumenes de interés que ya se comentaron en 1999 en la Revista Aragonesa -ya desaparecida- Trébede www.redaragon.com/trebede/nov1999/articulo2.asp
Autores: Carlos Blázquez Herrero. Investigador de Obras Hidráulicas. Severino Pallaruelo Campo. Catedrático de Geografía e Historia
El siglo XVI fue el siglo de oro aragonés en lo que respecta al arte en general y a la arquitectura en particular. En esa centuria se edificaron los más suntuosos palacios aragoneses, las mejores iglesias y los más primorosos retablos, junto con algunas de las mejores torres que podemos ver en Aragón. Pero no sólo eso: la mayor parte de las fuentes anteriores al siglo XX se levantaron en el XVI, al igual que los puentes más atrevidos y las no menos ambiciosas acequias.
Todos los estamentos sociales, en función de su capacidad económica, se embarcaron en proyectos de mayor o menor envergadura: la Diputación del Reino se ocupaba especialmente de los puentes, en tanto que la Iglesia, la aristocracia, la pequeña burguesía y las hermandades de regantes se ocupaban de construir azudes y de abrir acequias tan importantes como la Imperial, y las de Tauste o Civán.
En esos años, los concejos desarrollaron una actividad febril en el ámbito de las obras públicas en general. Para abaratar el precio del pan, levantaban los molinos más potentes que se habían construido nunca, aplicando, en el caso de los más ricos (Daroca, Calatayud, Tauste y Zaragoza), la novedosa tecnología del regolfo. Fue entonces cuando los concejos de toda condición, incluso soportando onerosos impuestos, se ocuparon de llevar el agua hasta las poblaciones, donde la hacían surgir mediante fuentes más o menos ostentosas, de las cuales aún queda un extenso muestrario a lo largo y ancho de Aragón. También se ocuparon de la construcción de puentes que, por hallarse más apartados de las vías principales de comunicación, no tenían otra financiación. La burguesía y la aristocracia también edificaban puentes para mejorar la vida de los habitantes de los lugares que señoreaban, y a la vez que levantaban sus magníficos palacios y casas de campo, construían jardines a los que dotaban de «pesqueras» y «burladores». Las primeras eran, en este caso, de exclusivo uso ornamental: allí donde los más ricos disfrutaban observando los peces, como en las casas de Miguel Velázquez Climent y Juan de Torrellas en Zaragoza, o las de Guillén Cleriguet o el infanzón Arnedo en Huesca.
Los burladores consistían en un conjunto de conducciones enterradas que se accionaban a voluntad de sus dueños, para bromear mojando a sus invitados, damas especialmente, con finos chorros de agua que partían desde el suelo. El único que hemos podido documentar fue el encargado por el conde de Aranda para su palacio zaragozano.
Portada libro I, texto e índices:
www.cazarabet.com/lalibreria/fichas28/maestros.htm

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