Todos los días desaparecen especies animales y vegetales, idiomas, oficios.
Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Cada día hay una minoría que sabe más y una minoría que sabe menos.
La ignorancia se expande de forma aterradora.
Tenemos un gravísimo problema en la redistribución de la riqueza.
La explotación ha llegado a extremos diabólicos.
Las multinacionales dominan o mundo.
No sé si son las sombras o las imágenes las que nos ocultan la realidad.
Podemos discutir sobre el tema infinitamente, lo cierto es que hemos perdido capacidad crítica para analizar lo que pasa en el mundo.
De ahí que parezca que estamos encerrados en la caverna de Platón. Abandonamos nuestra responsabilidad de pensar, de actuar.
Nos convertimos en seres inertes sin la capacidad de indignación, de inconformismo y de protesta que nos caracterizó durante muchos años.
Estamos llegando al fin de una civilización y no me gusta la que se anuncia. El neoliberalismo, en mi opinión, es un nuevo totalitarismo disfrazado de democracia, de la que no se mantienen nada más que las apariencias.
El centro comercial es el símbolo de ese nuevo mundo.
Pero hay otro pequeño mundo que desaparece, el de las pequeñas industrias y de la artesanía.
Está claro que todo tiene que morir, pero hay gente que, mientras vive, tiende a construir su propia felicidad, y esos son eliminados.
Pierden la batalla por la supervivencia, no soportan vivir según las reglas del sistema.
Se van como vencidos, pero con la dignidad intacta, simplemente diciendo que se retiran porque no quieren este mundo.
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